Calíope (I)


En ocasiones advierto lo que otros no ven. Veo el paso del tiempo, las hojas caer, el mundo cambiar, la vida en su plena majestuosidad. Observo la oscuridad, su peligro, sus intrigas, su atractivo. Contemplo tormentas y rayos de luz entremezclados, animales corretear por las vastas llanuras, buscando un refugio al que llamar hogar, otros para huir de un funesto destino; civilizaciones que empiezan y otras que desaparecen. El cambio.

Nada, salvo un comienzo.

Resulta extraño, ¿verdad? Volver a empezar. Para mi, lo es.

Todo empieza con un abrir de ojos. Un largo pasillo de piedra, adornado con una solemne alfombra roja, bordada en dorado con escenas de guerras, de destrucción y de comienzos, de nuevos horizontes por descubrir, de un misterioso pasado remoto y un incierto futuro lejano. Además, a ambos costados reposan estatuas de diferentes tamaños, ataviadas con diferentes armaduras, de colores extraños y de bella manufactura.

Estoy corriendo. Siento las piernas moverse en una frenética carrera. ¿Hacia adelante, hacia atrás o hacia ambos lados? No hay fin. ¿Por qué corro? No lo sé, simplemente no dejo de moverme. La carrera por el camino de piedra no tiene fin, por más que avanzo, más largo se vuelve. Las estatuas cambian, unas llevan los brazos en forma de cruz, otros llevan las manos reposando sobre las caderas. Hay quiénes llevan libros, otros armas, incluso es fácil encontrar estatuas que ofrendan antiguos objetos nunca antes vistos.

Mi carrera no tiene final o eso parece. Pero sucede. Una leve inclinación se produce, primero de forma lenta y minutos después (o quizá sean segundos) progresivamente. Ya no puedo correr, mi cuerpo se desliza a gran velocidad. No hay marcha atrás. Lo que antes era recto, ahora es hacia abajo. El arriba es inalcanzable, el abajo inevitable.

Una luz gris me engulle. No siento dolor, sólo entumecimiento. El final se acerca.

Vuelvo a abrir los ojos. Ya no hay un largo pasillo de estatuas y alfombra, ni siquiera hay un techo. Un enorme cielo nocturno estrellado se vislumbra por todos lados. La luz de la luna llena es suficiente para ver los recovecos más oscuros en lo alto del torreón circular en el que me encuentro.

Una mujer de largos cabellos negros se encuentra a espaldas de mi, justo en el límite que separa el vacío, de la seguridad del torreón. Sube un escalón, con la cabeza gacha. Justo entonces se gira, mirándome con una sonrisa tierna. Era yo misma.

- Libérate de ellas.

Antes de que pudiese reaccionar, extiende los brazos y se deja caer al vacío. Mis piernas se reactivan y trató de alcanzar el límite, pero descubro que el suelo que estoy pisando no es tangible. Se resquebraja como un cristal que me hace caer de nuevo.

La sensación de descenso es frenética pero llega un momento que desaparece. Me encuentro suspendida en el aire, sin poder moverme. Notó una opresión sobre mis muñecas. Cadenas que no me dejan escapar. El vacío se ha convertido ahora en una estancia oscura.

Encadenada, atrapada, un grupo de seis personajes, tres a un lado y a otro, enfrentadas y ataviadas con túnicas negras y capucha rojiza, me observan. Sus rostros permanecen escondidos bajo los pliegues y un manto oscuro impide que pueda ver más allá. En la lejanía, un perpetuo canto emana de la oscuridad, cada vez se va haciendo más grande. Las figuras susurran levantando sus brazos. Entre sus manos ofrecen diferentes objetos a la nada, cada uno de ellos de bella manufactura: una espada, un bastón, un arco, una daga, una diadema y un cetro.

Cuando los susurros se hicieron mucho más notorios que el canto, una nueva figura surgió de la nada, de la oscuridad, cuya vestimenta era ligeramente diferente a la de los otros seis, caracterizada por mayores adornos ceremoniales y trazos complicados. Los encapuchados retiraron entonces sus capuchas revelando blancas máscaras con rasgos animales y adornadas de joyas brillantes. Las cuencas oculares de las máscaras destacaban especialmente.

- ¿Qué es la muerte?- pregunta la máscara con aspecto de dragón, mientras lentamente se va acercando hasta mi.

- Nada, salvo un comienzo…- contesté, hipnotizada y fascinada al mismo tiempo por la belleza de los ojos del dragón. Lo último que sentí antes de verme rodeada por la oscuridad fue un pequeño pinchazo en el corazón. 

La daga me atraviesa limpiamente. 

La mirada del sacerdote es lo último que distingo.

Comentarios

  1. He de decir que, sin duda, es lo mejor que te he leído hasta el momento. Me encanta. Auuuunque es muy frustrante esto de que me dejes a falta de información final....
    En fin, a la espera de continuación. Sí o sí.

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